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sábado, noviembre 29, 2008

Claudio Chiapucci: El poder del corazón

Tour 1992. La etapa finalizaba en los Alpes, en Sestrieres. Al estar en la frontera con Italia, las carreteras estaban plagadas de tiffossi, esperando a sus ángeles, Gianni Bugno y Claudio Chiapucci, que destronarían al cruel rey endemoniado, Miguel Indurain Larraya.
Todo el mundo esperaba el ataque de Bugno, por potencial, por clase y por clasificación era lo esperado. Necesitaban sacar tiempo, porque Miguel destrozaba en las cronos. Bueno, más bien, necesitaban un milagro.
Casi no había comenzado la etapa, cuando Chiapucci atacó: de lejos, a lo grande, a más de 100 km, desde los tiempos de Eddy Mercx, no se veía nada igual. Se marchó con un grupeto de diez compañeros de fuga, a los cuales fué dejando uno a uno, en los diferentes puertos que atravesaban, hasta que se quedó solo, lejísimos todavía de la meta.
Mientras tanto, Bugno lo intentó con un ataque de gaseosa, mucha espuma, pero sin emborrachar, luciendo culotte del Gatorade y maillot arcoiris. Ataque elegante , pero inefectivo.
Los comentaristas estaban adelantando ya la pájara de Chiapucci, pero ésta no llegaba.La ventaja en la general de Indurain no peligraba del todo, pero, sobre todo, Chiapucci estaba dando una lección al mundo entero, la lección del coraje y la valentía. Morir con las botas puestas.
Indurain, el impasible, se limitaba a esperar. Todo un equipo (Banesto) frente a un hombre. La cruda realidad frente a la locura del sueño.
El último puerto fué una sucesión de acontecimientos: Bugno se quedó, reventado, del pelotón, Indurain atacó y se fué solo y parece que iba a alcanzar a Claudio.
Chiapucci ya no aspiraba a meter diferencias, sino a completar su heroica gesta con una victoria.
Cuando parecía que todo el esfuerzo iba a ser en vano, Miguelón tuvo una pájara en el último km de la subida, y no logró alcanzar a Chiapucci, que llegó, completamente exhausto, llorando, con todo el mundo puesto en pié y aplaudiendole completamente entregado.
Nunca ganó una gran Vuelta por etapas, pero todos nos acordamos de él, porque representa el poder de los sueños...el poder del corazón.

Pd: toda la historia es de memoria, así que seguro que hay algún detalle erróneo, que mi perturbada mente ha variado. Disculpen, si eso.

jueves, noviembre 27, 2008

El silencio



El silencio parece que se esconde, aunque normalmente no queremos abrirle la puerta, incluso cuando está llamando a golpes de Hulk Hogan.
Es un poco navarro, ya que suele ir con los de su cuadrilla, pero cuando te has ganado su confianza, es tuyo para lo que desees.
El silencio es cómplice de todos tus asesinatos mentales. Aunque nunca declararía contra ti en un juicio, sabes que tiene línea directa con tu conciencia, y eso le hace fuerte.
Te estruja cada neurona hasta exprimirla, sin importarle ni el tiempo ni la cantidad.
Es un manjar exquisito, y, como tal, hay que hornearlo en su punto justo; si no llegas, le falta y se nota; si se pasa, te quedas sólo en la mesa.
El silencio tiene altura de miras, te refleja por dentro y te hace más fuerte, una vez pasada la rueda de reconocimiento…la del miedo al silencio.

Neomuertos

Rodolfo paseaba tranquilamente por el paseo, sin percatarse de la nueva realidad que le rodeaba. Una nueva especie habitaba entre la sociedad, creciendo en número de forma alarmante, sin que nadie se percatase de su poder destructor. Se trataba de los neomuertos, gente sin ilusión, sin alma, donde las arrugas mentales les atrapaban hasta dejar sus pieles taladradas de tedio e indiferencia.
Rodolfo tenía 35 años y pertenecía a esa clase de personas alegres y joviales por naturaleza. Trabajaba en un banco, con lo que conlleva de desprestigio social; los bancos son unos estafadores y suelen atrapar en su secta al que cae: ya saben, extender el traje de trabajo a tu vida social, hablar de Indices Nikeis en tus ratos de ocio, o apretar la mano pensando que estás echando un pulso al Director de zona. Aberrante, lo sé, pero para el neomuerto es la base de su existencia. .
Sin embargo, Rodolfo mantenía un cierto equilibrio para no perder el norte; hacía gracietas económicas incomprendidas en su sector, como decir en alguna reunión Tasa Anal en vez de anual, o meterse en marca.com en horario laborable de manera extrafurtiva.
Él se daba cuenta de que había multitud de neomuertos: aquellos que le miraban extraño cuando se mondaba viendo Shin Chan, los que les parecía inmaduro que siguiera divirtiéndose con los amigos en hermanamiento juvenil, gritando culos, tetas y penalty a todas horas.
La mayor ventaja que tenían los neomuertos era su capacidad de no sentir, de manera que no tenían cambios en los estados de ánimo; esta linea horizontal hacía desfallecer a muchos otros que, al ser normales, podían tener bajones, y ahí los neomuertos veían la oportunidad de enterrarles en vida, con su impenitente tristeza actuando como pala.
La mirada de un neomuerto era fría y dura, te estudiaba para buscar un punto flaco y allí atacaba sin piedad: un alma menos, un neomuerto más.
Rodolfo se aferraba a sus sueños, difíciles pero no imposibles, para subsistir. Realizaría todos los hermanamientos posibles para protegerse de esa lacra. Le serviría de inmunidad, como en el Pang, pero sin más vidas ni el Continue de opción B. Buscaría armas, apretaría el pulgar con fuerza para cargar la barra de energía en el momento de la lucha, y, sobre todo, se empeñaría siempre en seguir gritando jefe Bigum, amigos o Esquerdinha hasta el absurdo.

miércoles, noviembre 05, 2008

Soledad, lluvia, música, diversión (Rutina accesoria III)


Pamplona, 20:15 horas de un día laborable.
El recorrido comienza con paso firme e ilusionante. Paso por el taller del pirata cojo (es cojo y no hace facturas) y comienzo a descender la cuesta que posteriormente será el col de llegada. Me encamino a la soledad del carril bici del río Arga. Menos mal que el comienzo es favorable, si no, ya estaba volviendo a casa. Mis pensamientos rondan, mientras Los especialistas dedican una canción a mi carrera: “como una pelota contra la pared, sigo el ritmo, rodando, rebotando…”.
Llego al tunel del Plazaola, y tengo que realizar mi ritual de decir “Holaaa”, resonando el eco durante 1, 5 segundos, distrayéndome lo suficiente para no pensar en las gotas de sudor y agua, hermanadas para resbalar por mi chubasquero Boomerang. Ley de gravedad mediante.
Paso el colegio de siempre, con el tipo de mirada desconfiada de siempre sentado en el banco; no se sabe si tiene en la mochila tres kilos de amonal, o de videos pedófilos. Tranquilo, que no te voy a cachear.
Freddy Mercury me posee al ritmo de “Living on my own”, y avanzo raudo con su Pioreroooo…(o algo así). La música amansa a las fieras…y distrae la pereza.
Giro a la derecha, para enfilar el puente románico oscuro y tenebroso sin apenas barandilla. La cuesta me cuesta y divago acerca de dos jovenzuelos que pasan cercanos a mí. ¿Y si me tiraran al río?, nadie los vería y yo moriría. Joder, nadie sabe ni por donde he ido. Aprieta, aprieta, que la muerte acecha. Los posibles asesinos pasan sin verme siquiera, “Highway to hell” y el cansancio me ha hecho sentir capitulos de Jessica Flecher irreales. Llamaré a Legalitas y pondré una demanda a la discográfica.
Llego a la naturaleza, brumosa y solitaria, terrenos con ponis a la derecha, huertas de lechugas, y caballos y vacas en la finca de la izquierda. Sí, sí, en la ciudad.
Hay un tipo cercano a la valla de los ponis, que sostiene algo en la mano derecha, parece que intenta atraer la atención del pequeño animal. Cuando me vé, se retira, y se envuelve misteriosamente, como el fantasma de la ópera. Mmm, sospechoso, en ese instante suena "Heroína", de Lagartija Nick, y mi cabeza teje: quizás sea un constructor especulador que no desee ver estas fincas sin urbanizar, y esté envenenando a los animales con drogas semiduras para que se cree una corriente de opinión sobre la peligrosidad de animales tan cerca del centro de la ciudad, bla, bla…
Vuelvo a los 5 minutos y el poni alarga la cabeza entre la valla chupando el suelo. Quizás sea sólo azúcar.
Decido retornar por otro camino; para ello debo subir el Mortirolo (en toda ciudad hay una cuestaza con nombre de puerto, pero ésta se lo merece); Localizo, mediante la visión lateral de voyeur, a dos metiéndose mano; me miran, les miro, ey, no quiero trío, presiento que ellos tampoco; no he podido ver teta, demasiado oscuro.
Riders on the storm”, de Los doors, me aportan fuerza extra y un halo de misticismo, con el organillo me siento verdaderamente un jinete bajo la lluvia…
Ya estoy llegando, y me siento bien, sé que he cumplido el objetivo del día, y eso reconforta. Por ello, me merezco pasar canciones hasta encontrar ese estribillo mágico: “…y te sientes tan fuerte que piensas que nadie te puede tocar”, esta vez versión Raphael.
Subo feliz; en casa me esperan mi señora y una tortilla de patata.
Llueve y hace frío, como casi siempre, pero corro, luego existo.